martes, 15 de febrero de 2011

Bielsa y yo - Primera Parte


Es el día sábado 10 de febrero del año 2010, las nueve de la mañana. Suena el teléfono con insistencia. Es mi hermano mayor, que es un antiguo dirigente del Club Deportivo los Placeres. Me dice muy preocupado que tengo que solucionarle un gran problema y que no le puedo fallar: el gran problema consiste que hoy sábado a las diez de la mañana tengo que estar en la puerta de la sede del Club para recibir una visita muy importante que llegará invitado por nuestra directiva. Esto requiere una gran discreción y mucha reserva, lo que se me pide es tener despejada el área de la puerta principal y el acceso al cuarto piso, donde está ubicado nuestro salón VIP ¡Nunca me dijo quién era el personaje! Insistió que jamás imaginaría de quién se trataba y que el Club se llenaría de prestigio pues este señor por primera vez visitaba un club de fútbol amateur.
Llegué al Club faltando diez minutos para las diez de la mañana y encontré muchos niños en la puerta que pertenecen a la rama de tenis de mesa. Hablé con ellos y los llevé al interior pidiéndoles que no metieran bulla ni desorden, pues tendríamos una visita muy importante. Comenzaron por armar las mesas y entonces me acerqué a la puerta principal, en el momento en que se detiene un auto y baja mi hermano con dos personas que no alcancé a distinguir con claridad. Me quedo al lado de adentro de la puerta y les indico que pueden subir que todo está despejado. En el apuro no me doy cuenta de quienes se trata porque suben casi corriendo al cuarto piso. Le grito a mi hermano que la puerta del salón está abierta y me dirijo al gimnasio y a los camarines para verificar que todo estuviera en orden. Regreso a la escala principal y escucho los gritos de mi hermano que me pide que suba rápido. Cuando enfrento el salón desde la puerta veo un señor muy alto con tenida deportiva que está mirando las fotografías de los equipos campeones del Club, que están en la pared, en algunas de las cuales figuro. Comienzo a entrar al salón, cuando el personaje que miraba las fotos se dirige hacia mí. Sólo allí me doy cuenta que es ¡¡¡DON MARCELO BIELSA!!!
¡No lo podía creer! Me da un fuerte abrazo y me dice: “Felicito a uno de los mejores jugadores que ha dado mucho prestigio a este Club”. Yo solamente atino a decirle que es nuestro Club el que tiene el prestigio y el honor de tener la visita del entrenador de nuestra Selección Nacional.
La visita de don Marcelo se había gestado hacía varios meses, en un viaje que mi hermano realizó a Cuba. Allí conoció a algunos de sus amigos y ellos, aprovechando la ocasión, le enviaron un regalo a Chile. Después de muchos intentos, por fin se pudo comunicar con él y explicarle lo del regalo que venía de Cuba. El mismo sugirió pasar a buscar el regalo ya que visitaría Valparaíso el siguiente sábado. Finalmente don Marcelo decidió que pasaría quince minutos ese día en la mañana por nuestro Club, y aprovecharía de conocer la sede de un club amateur. Sólo hizo una exigencia: que lo recibiera el presidente del Cub junto con dos directores, y que esta visita fuera lo mas reservada posible. Mi hermano le aseguró que en el Club sólo estarían tres personas y que una de ellas era yo, su hermano que era asesor del presidente y que sería quien lo llevaría de regreso a su hotel del cerro la Cárcel, momento en que le comentó que yo era uno de los mejores jugadores que había pasado por el Club y que durante muchos años había sido seleccionado de Valparaíso.
Me habían advertido que era muy difícil que don Marcelo se dejara fotografiar, pero a pesar de que no queríamos que se molestara, yo tenia una máquina fotográfica en mi bolsillo esperando que se diera la oportunidad de sacarle un par de fotos. Cuando el señor Bielsa caminaba por el salón admirando la hermosa vista de la bahía desde la altura de un edificio de cinco pisos con grandes ventanales, nuestro presidente señor Riquelme le preguntó si existía la posibilidad que nos firmara el libro de actas como recuerdo de esta importante visita a nuestro Club, en ese momento como se dirigía siempre a mí, me atreví a preguntarle si podíamos tomar también algunas fotos para la posteridad. Me sorprendí mucho al escucharlo decir: “Todas las que quieran”. Se colocó frente a la vitrina donde se guardan las copas y trofeos ganados, junto al presidente del Club, entonces me llamó para que me acercara a su lado y me tomó del hombro en un gesto muy familiar y amable.
Pasados casi veinte minutos, miró su reloj y pidió disculpas, explicando que era esclavo de su tiempo y todavía tenia que ir a casa de mi hermano a buscar el regalo que le habían enviado de Cuba. Al despedirse nos dijo que este era el mejor club amateur que había visitado y que nuestra sede ya la quisieran muchos clubes profesionales. Lo acompañamos hasta el primer piso y al sentir gritos de los niños que jugaban tenis de mesa entró al gimnasio y aprovechó de visitar los camarines quedando admirado de la limpieza y comodidad. Al salir se tomó algunas fotos con los niños en el gimnasio. Así terminó la visita del señor Marcelo Bielsa al Club Deportivo Los Placeres.

Al salir a la calle, don Marcelo me pregunta si la casa de mi hermano queda muy lejos, yo le digo que a sólo 5 minutos y que puede elegir cualquiera de los tres autos que estaban estacionados frente al Club. Me pregunta cual es el mio y me dice que quiere que yo lo lleve. Asiento y le cuento que daremos una pequeña vuelta por uno de los cerros mas hermosos de Valparaíso, los Placeres. Cuando don Marcelo está subiendo al auto, aparece un bus del recorrido Placeres con pasajeros. El chofer lo reconoce, detiene el bus y se baja, al igual que casi todos los pasajeros y comienzan a aplaudir al señor Bielsa, quien se emociona al sentir el cariño de la gente. Después de esta muestra de cariño popular, nos subimos al auto y luego de un corto recorrido, llegamos a casa de mi hermano. Don Marcelo pregunta si la casa tiene una reja y si la puerta estará abierta. Le digo que no se preocupe y enfilo confiado hacia la casa. Justo en ese momento, frente a la casa, está el camión que retira el aseo y la reja está cerrada, como yo vivo cerca, soy muy conocido y los señores que retiran la basura me ubican, les pido que muevan el camión para entrar y se dan cuenta que mi copiloto es el señor Bielsa. Cuando doy la vuelta para entrar ya se han juntado en la puerta dos camiones del aseo y todos lo aplauden con cariño.
Entramos a la casa y antes de bajarse me pide por favor que en diez minutos más le avise para poder retirarse, con cualquier pretexto porque tiene que regresar a Pinto Durán. Baja del auto y me dice: “Confío en Ud.” Apago el motor y don Marcelo con el rosarino y el presidente del Club se bajan, yo me quedo en el auto mirando el reloj y pensando que en diez minutos más tengo que salir arrancando con Marcelo, a pesar del pequeño ágape que mi hermano le tiene preparado. Pasados los diez minutos convenidos, hago funcionar el motor del auto y toco la bocina, entro a buscar a mi amigo, lo enfrento y le digo: “Recuerde que a las 11.30 tiene que estar en su hotel para poder regresar a Santiago y yo me demoro diez minutos en llevarlo”. Pese a todos los intentos que hicieron para retenerlo, se despidió amablemente de todos y subió a mi auto junto a su amigo rosarino, que nunca habló nada. Entonces me don Marcelo me dice: “Muy bien pensado, se puede confiar en Ud.” Nos retiramos y en avenida Matta detengo el vehiculo frente a mi casa y se me ocurre la genial idea: le pregunto si yo soy el chofer oficial en este viaje, me dice que sí y de inmediato le digo: Ya que soy su chofer ¿Ud. me puede dar dos minutos de su tiempo? Me mira extrañado y le pregunto si puede bajarse del auto y entrar en mi casa, pues quiero mostrarle varios cuadros que tengo de Valparaíso, cerros y ascensores, los que ocupan una pared entera del living y que, en su mayoría corresponden a fotos que yo mismo he tomado en mi recorrido por los cerros. Entonces me dice: “No tan solo dos minutos, todos los que Ud, quiera”. Nos bajamos y le dice a su amigo rosarino y a mi hermano que lo esperen en el auto. Entramos a mi casa y aparece mi señora, que casi se desmaya cuando ve a don Marcelo, que es un hombre muy galante y simpático con las damas. Le da un abrazo y nos vamos a mirar las fotografías. Él dice que le encanta Valparaíso y muy especialmente las quebradas, los ascensores, los cerros y las casa antiguas que adornan la ciudad. Nos sentamos un rato en el patio y él repara en un asador ubicado a un costado, donde a veces preparamos el asado familiar rodeado de mis hijos y amigos acompañados de guitarras y acordeón ya que casi todos somos músicos. Esto lo emociona y me cuenta que en Rosario el también organiza este tipo de eventos y que disfruta mucho junto a su esposa Laura sus hijos y familia.
Regresamos al living y mi señora aparece con una libreta y un lápiz pidiéndole un autógrafo. Marcelo se ubica frente a los cuadros de Valparaíso y tomando a mi señora de la cintura me dice que es la ocasión precisa para tomar una buena foto, ya que me ve con la cámara en la mano. Comienza a juntarse gente frente a mi casa, se despide, subimos al auto y me pide que lo lleve de regreso a su hotel evitando las calles principales.
Bajo el cerro los Placeres hacia plan de la ciudad y lo llevo al hotel Ultramar, ubicado en el cerro la Cárcel, donde tiene sus maletas y su equipaje. Sólo me pide diez minutos para recoger sus cosas, despedirse y entregar la llave de la habitación. Como un último favor, me solicita que lo guíe por las calles de poca movilización hasta la Ruta 68, que es la salida de Valparaíso. Ubica su auto atrás del mío y comienza el viaje de regreso que lo llevará de vuelta a Santiago. Manejo con cuidado por avenida Colón y avenida Argentina hasta la subida Santos Ossa, que es el comienzo de la ruta que lo llevará a la capital. Subo aproximadamente como diez kilómetros y donde se bifurca la ruta en la variante hacia Viña del Mar, me voy a la berma, pongo los intermitentes y me bajo. El hace lo mismo, nos despedimos con un abrazo y le digo: “Señor Bielsa, hasta aquí llega nuestra amistad que duró un día”. Se ríe y me dice que no será así, me pide el número de teléfono para ubicarme cuando vuelva a Valparaíso, pues está siguiendo la actuación de algunos jugadores profesionales para integrar la selección nacional y aprovecha de invitarme a ver estos partidos.
Regreso a mi casa y pienso que nunca más sabré de don Marcelo Bielsa. Estoy contento, fui su chofer, lo llevé en mi auto y me trató como a un amigo.
Continuará...

Bielsa y yo - Segunda Parte


Ya han pasado varios meses. Un día sábado en la mañana suena el teléfono y alguien me dice: “Buenos días, lo llamo desde Santiago, de Juan Pinto Durán. Soy el Sr. Bonini, don Marcelo Bielsa quiere hablar con Ud”. ¡No lo puedo creer! Don Marcelo me saluda muy cordialmente y me pide un favor si es que yo puedo ayudarlo: tiene que venir a Valparaíso a ver algunos jugadores para la selección nacional y hoy juega la Católica con Wanderers en Playa Ancha a las l8.00 hrs. me pide que lo acompañe.
Pretende salir de Pinto Durán a la una de la tarde para estar en Valparaíso tipo dos y media. Me agradecería que le indique cuál sería el lugar más apropiado para reunirnos antes de entrar a la ciudad. Me informa que en este viaje viene con su señora, quien quiere hacer un pequeño recorrido por los cerros, quebradas y miradores de Valparaíso antes que nosotros vayamos al estadio. Le digo que lo mejor es que maneje tranquilo hasta la entrada de Valparaíso donde la carretera se bifurca hacia Viña del mar, lugar donde nos despedimos la última vez. Después de la curva, cien metros más adelante para que tenga tiempo de verme, estaré esperándolo a las dos de la tarde, con las luces encendidas al costado de la carretera. Queda muy conforme y agradece mi buena disposición. Me llamará cuando salga de Santiago.
Almuerzo muy intranquilo y nervioso, pues ahora tendré que pasear a don Marcelo y también a su señora. Me pide por favor que este viaje lo haga solo. A las 13.00 hrs. suena el teléfono y el señor Bielsa me dice que surgió una dificultad y si es posible que nos encontremos en el mismo lugar pero a las 16.00 hrs. le digo que no hay problema y que ahí estaré.
Faltando pocos minutos para las cuatro de la tarde, estoy estacionado en la berma de la ruta 68, suena mi celular y Marcelo me dice que va pasando por un pueblo llamado Placilla, que a cuántos minutos está del lugar de encuentro, le digo que como a dos o tres minutos, que lo estoy esperando en el lugar acordado. Aparece su auto, se estaciona, se baja y me da un gran abrazo y me presenta a su señora Laura, quien también se baja a saludarme.
Conversamos un rato sobre el viaje antes de volver a nuestros autos. Entonces les digo que me sigan y que no se apure, él me responde: “Yo lo sigo a Ud. a donde me lleve”. Nos vamos por calles con poco tráfico y llegamos al hotel Ultramar en el cerro la Cárcel. Bajan el equipaje, acomoda a su señora en el hotel, regresa y me pide que estacione mi auto al costado pues iremos al estadio en su vehículo. Manejará él, pero quiere que lo vaya guiando por el centro de la ciudad hasta nuestro destino.
Lo llevo a conocer algunos lugares de Valparaíso y a las l7.50 hrs. nos encontramos en la Plaza Aduana. Le informo que estamos como a diez minutos de nuestro destino, pero que habrá mucho tráfico, entonces saca el celular y llama al estadio, pide hablar con el administrador y dice: “Habla Marcelo Bielsa, estoy a diez minutos, tome las medidas del caso, que todo esté despejado”, y cortó. Yo estoy asombrado, pero nunca me imaginé lo que pasaría al llegar al estadio.
Es un partido de alta convocatoria y hay muchos hinchas en las puertas, también hay muchos carabineros formando una especie de calle que nos indican que sigamos hasta el velódromo, donde funcionarios municipales nos están esperando con la puerta abierta. Nos indican que estacionemos justo a la entrada, en un sitio previamente reservado. Nos bajamos y me dice que no me mueva de su lado, subiremos al último piso donde están las casetas de transmisión, enfrentamos la puerta principal rodeados de carabineros y gente que lo saluda. Aparece el administrador y alcanza a decirle que su caseta está lista. Marcelo me toma del hombro y dice: “¡Vamos!”. No habla ni mira a nadie. Las cámaras de televisión, ubicadas en el primer piso lo están esperando, pero no se dan ni cuenta cuando ya estamos subiendo al cuarto piso. Llegamos a las casetas de transmisión donde nos esperan con la puerta abierta, entramos y me dice que cierre con picaporte, que no deje entrar a nadie. Hay una mesa y dos sillas frente a los ventanales que dan al centro de la cancha, me ofrece una silla que coloca en una de las ventanas y se ubica en la otra, saca una carpeta, un lápiz y me comenta que ahora podemos descansar.
Comienza el partido. No hace comentarios, sólo anota y a veces comenta alguna jugada. Sopla el viento fuerte y manifiesta que es difícil jugar si no se lleva la pelota a ras de piso. Se produce un tiro libre a favor de Católica y hay dos jugadores frente a la pelota. Muchas veces me tocó lanzar tiros libres desde ese mismo sector, con el mismo viento, entonces le digo: “Si tira Bottinelli y no le pega muy fuerte, solamente que pase por arriba de la barrera, el viento se encargará de llevar la pelota al fondo de la red”. Tira Botinelli y deja parado al arquero: gol de la Católica. Marcelo me mira y se ríe, entonces me pregunta si yo he jugado es este estadio, le digo que muchas veces. Entonces quiere saber en qué puesto jugaba y si era rápido, yo le contesto mirándolo a la cara: “Si jugáramos en contra en el mejor momento de los dos, yo le hago cinco goles fácilmente, porque todos sabemos que cuando Ud. jugó profesionalmente era un defensa muy lento”. Se ríe con muchas ganas y me dice que yo tengo la razón, porque por su lentitud dejó el fútbol profesional.
Casi termina el primer tiempo y golpean la puerta suavemente, me dice que diga que está muy ocupado, pero que sea amable. Al abrir me encuentro con dos señoras vestidas de blanco, que atienden el kiosco del estadio y que vienen a ofrecerle un café y algunos chocolates. Las hago esperar y le pregunto a Marcelo si quiere tomar un café con chocolates, le digo además que sería feo que rechazara lo que con tan buena voluntad nos ofrecían. Me dice: “Acepto un cafecito pero nada más, Ud. también tómese un café”. Yo respondo que me tomaré un café y me comeré todos los chocolates. Regreso donde las señoras les digo que sí, que muchas gracias y ellas me muestran una pequeña máquina fotográfica. Les doy afirmativo cuando traen el café. Estamos en el entretiempo y vuelven las señoras con lo prometido: un aromático café, muchos chocolates y dulces. Entonces le pregunto a Marcelo si me permite tomar una fotografía con la máquina de la señora. Me dice encantado y le tomo una foto con cada una de ellas. No lo podían creer y se retiran muy contentas, ofreciéndonos para el día de mañana, en el partido de Colo Colo con San Luis, además del café unos sabrosos churros.
Comienza el segundo tiempo y él sigue tomando notas en su libreta, a veces hace un comentario y me pregunta si estoy de acuerdo. Nuestro diálogo es casi nulo, porque yo aplico el sistema que si me habla le contesto y nunca le pregunto nada de fútbol. Él me dice que le gusta que yo lo acompañe porque hablo poco y veo bien el fútbol. Cuando el partido está por terminar mira el reloj y como faltan cinco minutos me dice: “Ahora nos vamos rápidamente, sin hablar con nadie y haciendo el quite a la televisión”.
Bajamos sin detenernos y otra vez los camarógrafos no alcanzan a enfocarlo, cruzamos la calle, nos subimos al auto y regresamos por el mismo camino al hotel del cerro la Cárcel.
Me da las gracias por haberlo acompañado y al bajar de su auto para subir al mío me pide un gran favor, si es posible que mañana domingo, antes de ir al partido de Colo Colo puedo juntarme con él y con su señora, para hacer un recorrido por los cerros y quebradas de Valparaíso, le digo que como el partido es al mediodía, iré a buscarlo a las diez de la mañana. Me da las gracias, subo a mi auto y regreso a mi casa contento, después de un gran día.
Uno nunca sabe qué nos puede deparar la existencia. Cuándo yo me iba a imaginar, a mis 80 años, que iba a conocer a Marcelo Bielsa, que iba a ser su chofer, su guía turístico y amigo.
Continuará...

Bielsa y yo - Tercera Parte



Ya es día domingo e iremos a ver jugar a Colo Colo v/s San Luis. Voy a buscar a Marcelo y a su señora Laura al hotel Ultramar. Pregunto por el señor Bielsa y me hacen pasar al comedor donde está terminando de tomar desayuno. La señora Laura me pide que los acompañe, por lo que me siento a conversar sobre Valparaíso ya que ella quiere conocer algunos cerros y ascensores. Marcelo sólo escucha y comenta que a él le encantan las casas antiguas que hay en algunos cerros. Después de un rato los llevo a mi auto y comienza nuestro paseo.
Vamos por la plaza Victoria y avenida Pedro Montt, doblamos en Uruguay pasando frente a la Escuela de Medicina. Comenzamos a subir por el cerro Las Cañas, me detengo frente al antiguo terminal del ex ascensor las Cañas y los invito a bajarse para tomar algunas fotografías. A pesar de que inicialmente estamos solos, de repente comienza a llegar gente y nos vemos forzados a seguir nuestro recorrido. Avanzamos por el camino Cintura, pasamos por los cerros el Litre, la Cruz y Monjas. Aquí nos bajamos otra vez, la señora Laura está encantada con la bahía, con los buques y las quebradas. Seguimos hacia el cerro Mariposas y bajamos por cerro Florida, al pasar frente a la casa de Pablo Neruda la señora Laura nos comenta que algún día la visitará. Bajamos por Ferrari, que es una de las calles más empinadas del puerto, Laura se asusta y me pide que baje despacito. Pasamos por la plaza de la Victoria y la Biblioteca Severín, sigo por avenida Brasil, avenida España y comienzo a subir al cerro Los Placeres. Pasamos por la Universidad Santa María, llegamos hasta la plaza de la Conquista y les muestro donde está ubicada la sede del Club Los Placeres. Este edificio de cinco pisos, es el que Marcelo visitó hace algunos meses y es donde comenzó nuestra amistad.
Les encantó nuestro cerro, con muchos árboles y muchos edificios en altura. Regresamos a la avenida España por el balneario y caleta Portales. Regresamos al cerro la Cárcel por la plazuela Ecuador y dejamos a la Sra. Laura en su hotel. Como estamos casi en la hora del partido, Marcelo me sugiere si podemos ir en mi auto, para no perder tiempo y así evitar el tráfico de los partidos cuando juega Colo Colo.
Faltando l0 minutos para las doce estamos otra vez en la Aduana. Marcelo llama por teléfono y se repite el diálogo del día anterior: el administrador del estadio le dice que está todo listo y que ocuparemos la misma caseta. Vamos cortos de tiempo porque hay mucho tráfico, llegamos a la subida que nos lleva al estadio, está despejado, pero el semáforo cambia a rojo y hay que detenerse. “Que contrariedad”, dice Marcelo. Entonces me acerco lentamente donde está un carabinero dirigiendo el tránsito y le hago una pequeña seña para que se fije quien es mi copiloto. Para sorpresa mía y de Marcelo, lo saluda amistosamente, levanta su brazo, detiene el tráfico y con una sonrisa nos indica que pasemos. Marcelo no sale de su asombro y me pregunta: “¿El carabinero lo conoce?” Yo le respondo: “A mí no me conoce nadie, toda esta situación la provocó Ud.” Se sonríe con humildad y dice: “Bueno, que le vamos hacer”.
Llegando al estadio, todo está igual que el día anterior: el mismo despliegue de carabineros, de funcionarios municipales y la televisión en la puerta del estadio. Marcelo saluda a la gente que está en la puerta, me toma del brazo y me dice que vayamos a nuestra caseta. Subimos otra vez casi corriendo y llegamos a nuestro destino completamente agotados, especialmente yo, que ya estoy sobre los ochenta años.

Unos meses antes, para mi cumpleaños, mi querido ahijado Johnny Ramirez, me había regalado un libro sobre Marcelo Bielsa, titulado “Lo Suficierntemente Loco”, de Ariel Senosiain. Ahora yo andaba trayendo el libro en una carpeta, junto a otros apuntes y se me ocurrió mostrárselo a Marcelo, diciéndole: “Mire lo que tengo aquí”, inmediatamente se sonrió, me pidió el libro y lo empezó a hojear. Acto seguido, ni corto ni peresozo, le pasé un lápiz y le pedí que me lo dedicara, cosa que él hizo con mucho gusto y cordialidad.

El partido está a punto de comenzar, noto que Marcelo busca algo en sus bolsillos. Entonces le pregunto si perdió algo, molesto me responde que dejó su carpeta olvidada en su auto y que no tiene ni un papelito para anotar. Como andaba con el libro sobre Marcelo junto con una carpeta de apuntes, saco varias hojas y se las paso preguntándole si le sirven. Se contenta, pero me dice que ahora no tiene con qué escribir. Entonces de mi bolsillo saco el lápiz con el que me dedicó su libro y se lo paso. Está encantado de su buena suerte, hasta allí todo iba bien, pero al comenzar a escribir, se equivoca varias veces y molesto dobla la hoja y trata de cortarla con la mano. Me dice que ahora necesita una tijera. Mientras está el señor Bielsa en esta maniobra, yo saco de un bolsillo de mi pantalón, una pequeña cortaplumas y abriendo la hoja le pregunto con toda inocencia si acaso le serviría para sus propósitos. No deja de reír al ver que le soluciono todos sus problemas y me dice: “Ud. es completo, me agrada su compañía”.
Comienza el partido y su atención está en anotar todo lo que pasa en la cancha, habla muy poco, a veces me pregunta qué opino sobre algún jugador, pero generalmente no me toma mucho en cuenta que digamos. Termina el primer tiempo, me pide por favor que no deje entrar a nadie, pues tiene una conferencia telefónica con España referente a la lesión de Claudio Bravo. Salgo de la caseta, me llama la atención un señor con dos niños pequeños que están al fondo y que esperan hace mucho rato. Voy hacia ellos y le pregunto al papá si quisiera que los niños se tomaran una foto con Marcelo, ¡No lo pueden creer! me cuenta que el día anterior también estuvieron esperando, pero nosotros pasamos tan rápido que no alcanzaron a perirle un autógrafo. Les digo que se acerquen a la puerta y me esperen. Vuelvo donde Marcelo, quien ya había terminado su conversación telefónica y le cuento la situación, me dice que no me preocupe y que haga pasar a los niños. Tímidamente, el papá saluda a Marcelo, con máquina fotográfica en mano. Éste ubica cariñosamente a los niños a su lado y pregunta si así está bién, se toman la foto. Retiro a los niños y le pido la máquina fotográfica al papá, le digo que le regalaremos otra foto y que se ubique al lado de Marcelo. Nunca se imaginó el señor que tendría este privilegio. Se retiran emocionados y agradecidos por la gentileza. Marcelo me dice: “¡Bien hecho!”
Llegan las señoras con el cafecito y algunos panecillos: ¡Fallaron los churros prometidos! Se retiran cuando está por comenzar el segundo tiempo: ahora no le abro la puerta a nadie.
Faltan como quince minutos y el partido no mejora. Estamos aburridos, entonces le digo a Marcelo: “Si yo fuera el entrenador, ya habría puesto hace rato a Bogado, que está precalentando con el resto de los reservas. ¿Cómo es posible que esto no se le ocurra al señor Tocalli?” Bueno, me dice, pero el entrenador es él. Yo insisto: “Con la velocidad y lo luchador que es Bogado, bastaría para complicar a la defensa de San Luis”, me dice: “Bien pensado, pero el entrenador está allá abajo”. Luego me comenta: “¿Cómo sabe si le trasmite la idea? Me parece que así será, porque está preparando un cambio”. Luego, se ríe y me dice: “Lo felicito, ¡va a entrar Bogado!”. Yo le comento que ahora habría que cambiar un mediocampista.
Pasan los minutos y decidimos retirarnos, recojo mis cosas y le digo que lo espero en el auto en la puerta del estadio. Salgo y me dirijo al velódromo, donde estamos estacionados. Espero en el auto con el motor andando, igual que en las películas y Marcelo, escapando de la televisión y de las radios, se sube sonriendo me comenta: “Le apuntó otra vez, cambiaron un mediocampista”. Yo muy ufano le digo: “Se nota que algo entiendo de estas cosas”.
Regresamos por otro camino, donde Marcelo disfruta de las quebradas y de ver tantas casas antiguas pero en buen estado. Me pregunta si con los temblores se caen muchas casas yo le contesto que desde que tengo uso de razón, están ahí moviéndose al compás de los temblores, pero que nunca se caen.
Llegamos de regreso al hotel. Surge un problema: la señora Laura no ha regresado todavía y Marcelo se intranquiliza. Le digo que debe ser por efecto de la movilización ya que ella no conoce todos los recorridos. Mejor nos subimos al auto y quedamos allí casi una hora conversando, de lo humano y lo divino. Aparece la señora Laura pidiendo las disculpas del caso, se despiden del personal del hotel que los atendió durante dos días y los guío de nuevo por Valparaíso hasta la ruta 68. Otra vez nos despedimos en el mismo lugar, con mucho afecto y promete que cuando se desocupe y tenga algunos días libres, volverá a Valparaíso y recorreremos todos los cerros junto con su señora. Tocamos las bocinas de nuestros autos y nos despedimos agitando las manos. Marcelo enfila su auto hacia Santiago y yo regreso a mi casa en Placeres.
Es probable que no volvamos a vernos una vez que regresen a Argentina…aunque la vida me ha demostrado que siempre hay lugar para las sorpresas.
Pueda ser que algún día Marcelo recuerde al amigo que lo acompañó durante tres días y que descubrió un poco el lado humano de quien tiene tanta fama y tantos admiradores, pero que está muy solo en un país que no es el suyo donde, a pesar del cariño de la gente, vive solamente acompañado de sus propias convicciones.

Adiós amigo Marcelo

Alejandro Martínez Rojas



Epílogo: febrero de 2011

Dejo estas palabras como un homenaje a una persona que despertó en casi todos nosotros un extraño sentimiento de admiración, respeto y simpatía, además de elevar el autoestima y cambiar la mentalidad de nuestros futbolistas profesionales, gracias a su calidad como entrenador y persona. No podemos olvidar que nuestro entrenador nacional dejó al deporte de nuestro país, en un alto nivel, reconocido mundialmente.
Debo decir que este relato jamás habría sido publicado si el señor Bielsa hubiese seguido en Chile.
Gracias amigo Marcelo, lamentablemente no supimos retenerte con nosotros, pero la amistad establecida perdurará por muchos años.